Prólogo.
Transcurre la primavera del 2007, momento en que escribo lo que serán las palabras introductorias para el “nuevo” libro de mi amigo Ariel Miranda; y en los círculos intelectuales cubanos se comenta hoy, y se hace balance del casi medio siglo de producción literaria dentro de la isla; tiempo marcado por esos largos períodos de sombras y silencios en que se han debatido los propietarios de las voces contestatarias y diferentes al discurso oficial establecido. El tema del silencio voluntario, que varios reconocidos escritores y artistas han mantenido en distintos lugares y épocas recientes, vuelve a estar en el centro de nuestra atención. Los escritores utilizan la auto mordaza como forma de protesta ante la falta de libertad de expresión.
En el caso de Ariel la mordaza fue deliberadamente impuesta por otros. Se le prohibió el uso de su voz, algunas veces hasta con amenazas explicitas; lo sumaron a ese coro para que protestara con el silencio voluntario, con una muerte literaria más que elocuente. Y él reaccionó enterrando sus escritos en las catacumbas de las gavetas y cajones; porque siguió escribiendo muerto y mudo, protestando en su interior mientras en el exterior, afuera, todo parecía (parece) estático e inerte.
Sus metáforas amargas o burlonas, sus juegos de palabras con la tristeza y el tedio, con la hipocresía y el miedo, seguían apareciendo en aquellas páginas invisibles que no dejó de escribir. Obsérvese el año de creación del poema que abre el libro, 1972, y también la evolución de esa voz en textos firmados años siguientes, 1975, 1989…hasta los más recientes fechados en la década del 90. Con todo ese material disperso y prohibido Ariel conformó un volumen que recoge veintiocho textos agrupados en las dos partes en que se divide el libro. Una lectura detenida de algunos de ellos nos revelará la aguda visión del autor cuando se atreve con todo un mosaico de asuntos que siempre fueron intocables, incuestionables; y que aparecen, por ejemplo, en los poemas titulados: “Verso escondido”, “Poema del hijo pródigo”, “Los perros”, “Hambre final” (para mi una de las piezas más logradas de la colección.)
Siempre me pregunté qué pasaría con estos poemas que llevaban años circulando de forma clandestina entre un grupo cerrado de amigos, que los copiábamos y guardábamos, los escondíamos en Cuba; en nuestras lecturas en tertulias secretas, cuando era la época de leer en voz baja. Todavía hoy no sabemos qué consecuencias pueda acarrear al autor la salida, al fin, de estas páginas a la luz pública, aunque lo intuimos. Lo que sí sabemos es que Ariel Miranda, una vez que decidió vivir fuera de Cuba, ha estado durante años buscando editoriales y mandando sus versos a concursos; cazando la oportunidad para quitarse la mordaza en público, para pasar de prohibido a autorizado. Autorización que él mismo se otorga, treinta y cinco años después del primer verso prohibido, al presentarnos la auto edición de este poemario.
Ricardo J. Ortega.
Málaga, abril de 2007